Pyrenaica 241 (2010)
del Tachamontes
Pyrenaica 241
Portillos de la sierra de Toloño
2010
Editorial
Alejos, Luis
EL aprendizaje que requiere la práctica del montañismo ayuda a afrontar muchos de los retos de la existencia humana. Como al nacer. Los primeros pasos en la montaña son torpes, inexpertos. Tenemos que aprender a andar de nuevo, incluso a respirar, a fin de obtener un rendimiento óptimo del esfuerzo que realizamos. Ese ritmo sincronizado permite avanzar con paso seguro entre rocas y en el asfalto. Existe paralelismo en el espacio físico, más todavía en el ámbito del comportamiento y la conducta. El sentido de la responsabilidad se impone en cualquier ámbito, sea natural o social. Esfuerzo y sacrificio ayudan a lograr metas deportivas o profesionales. En el monte y en la vida, antes de actuar es preciso analizar las consecuencias. Empeño y tenacidad, previsión y seguridad, son cualidades y exigencias tanto en la práctica montañera como al convivir en sociedad. Por eso, el contacto con la naturaleza es un marco idóneo para reflexionar y tomar decisiones sobre asuntos trascendentales.
Las enseñanzas del montañismo que más aplicaciones tienen en la vida cotidiana tal vez sean las derivadas de los conceptos de austeridad y autosuficiencia. En una mochila cabe todo lo que necesitamos para alcanzar cualquier objetivo, dependiendo la carga y las posibilidades de éxito de nuestra capacidad y resistencia. Al organizar la mochila debemos ser precavidos y espartanos. Asumiendo que tendremos que salir de cualquier situación adversa por nuestros propios medios, no podemos dejar nada al azar.
Sin saber prescindir de lo superfluo no cabe aspirar a coronar altas cumbres o realizar largas travesías. Ir a la montaña implica vacunarse contra las tentaciones del consumismo. En nuestro caso. Los principios ecologistas además de un compromiso son una necesidad.
El montañismo genera intensas relaciones humanas, semejantes a las que regulan la convivencia social. Las gentes que frecuentamos la montaña tenemos una doble vida: sin dejar de ser urbanitas. Mantenemos el contacto con la naturaleza que marca el origen de nuestra especie. El montañismo y la sociedad discurren por vías paralelas que están conectadas y se interrelacionan. En cierto modo, sentir pasión por la montaña "imprime carácter". Ambicionamos más la calidad de vida que el poder adquisitivo. Priorizamos el ser sobre el tener. Nos motiva más el compañerismo que el individualismo. No somos seres de otra galaxia; nuestro deporte preferido tiene códigos de conducta aplicables a toda la humanidad: la experiencia nos dice que nada se consigue sin esfuerzo, tenemos voluntad de superación, afrontamos riesgos y, sin ser masoquistas, entre nuestras cualidades destaca la capacidad de sufrimiento.
En esta época de crisis de ideas y de valores sociales, cuando las fuerzas que pretenden uniformizar los comportamientos humanos a través de los medios de control de masas se empeñan en someternos e infantilizarnos, la montaña constituye un espacio de libertad para el cuerpo Y la mente. Por todo ello nos atrevemos a decir que la montaña es una escuela de vida.