Pyrenaica 231 (2008)
del Tachamontes
Pyrenaica 231
Especial Gredos
2008
Editorial
Uriarte, Luis Ignacio Domingo (Txomin);Alejos, Luis
GREDOS es entrañable. Es un macizo pequeño, no muy alto pero escarpado. Y engancha. Por ejemplo a los escaladores madrileños que empezaron a ir en sus años jóvenes y vuelven una y otra vez para trepar por sus riscos y escalar en sus paredes, porque se sienten muy bien allí y, en su caso, para preparase para ir más lejos. Hemos conseguido en este número que varios de ellos nos lo cuenten y nos trasmitan su entusiasmo. Disfrutad acompañándoles, en verano y en invierno, en la roca, la nieve y el hielo.
También se engancha el estudioso y hemos tenido mucha suerte. A través de amigos, y amigos de amigos, hemos obtenido unas colaboraciones de lujo. Hay artículos de un alto nivel científico y podremos aprender mucho de geografía y de historia y de la necesidad de defender la montaña, y nos quedaremos al final con ganas de profundizar (por ejemplo, en el caso de la cabra montés, el paradigma de la vida salvaje, cuya domesticación ha sido provocada por la masificación del circo de Gredos).
No queremos citar nombres porque el renombre de algunos de los autores que vais a poder leer, no nos haga olvidar a otros. Nos sentiríamos mal no citándoles a todos. Los tenéis aquí mismo en el índice de la revista y vais a poder empezar a leerlos en seguida. Pero dejadnos terminar primero esta presentación.
Porque también el viajero am ante de las montañas que llega allí, repite. Y ahora sí que vamos a citar un nombre, como si fuese una obligación que no podemos eludir. Miguel de Unamuno fue desde Salamanca y quedó seducido por aquellas soledades, a las que volvió una y otra vez y que recordó en muchos sitios, cuando esperaba en Fuerteventura o cuando viajaba por París. Gredos ha quedado unido a su figura. Parece que ya nadie puede citar a Gredos sin mencionar a Unamuno. Ésta es la imagen que guardaba cuando lo rememoraba a orillas del mar.
No, no es Gredos aquella cordillera; son nubes del confín, nubes de paso que de oro visten el sol desde el ocaso; sobre la mar, no roca: bruma huera. Gredos, que en la robusta primavera de m i vida llenó de m i alma el vaso con visiones de gloria que hoy repaso junto a esta mar que canta lagotera ¡Aquel silencio de la innoble roca lleno de gesto de cordial denuedo! Aquel silencio de la inmensa boca del cielo, en que ponía sello el dedo del Almanzor! ¡En su uña el paso choca Y se rompe la sierra de remedo!
Permitid que terminemos, por quitarle un poco de solemnidad, comentando que, a pesar de que también ahora tendremos que dejar para un próximo número alguno de los mejores artículos recibidos, nos volvemos a quedar cortos, como siempre, en la colaboración femenina, que no corresponde a la proporción de su presencia en la montaña. En este número sólo hemos conseguido que nos hablen dos mujeres. Pero sus escritos son entrañables. Como lo es Gredos.