Pyrenaica 244 (2011)
del Tachamontes
Pyrenaica 244
Travesías y ascensiones en Dolomitas
2011
Editorial
Alejos, Luis
LA naturaleza está expuesta a múltiples amenazas, provenientes incluso de actividades que consideramos alternativas válidas para reducir las agresiones medioambientales. Es el caso de las energías renovables. Nuestras sierras se cubren de artefactos mecánicos tan descomunales e impactantes, que ni Don Quijote los habría confundido con gigantes. Un caso paradigmático, que entraña un modelo de desarrollo insostenible y que incluso vulnera la legalidad, es el planteado en Ganekogorta y Jesuri. Estos montes dominan la saturada cuenca industrial del Nervión, en torno a la cual se apiñan las densas concentraciones humanas del Bilbao metropolitano y valle de Ayala. Medio millón de personas ven cada día el Ganekogorta. Debería bastar este dato: saturación industrial y poblacional, para que tales cumbres se respetasen, dado que constituyen reductos naturales, más que aislados, sitiados por el impacto global del entorno. Aparte de motivaciones culturales y medioambientales, tenemos una razón poderosa para reclamar el amparo de estos emblemáticos montes: su popularidad, basada en el uso y disfrute colectivo, los convierte en parques periurbanos merecedores de una estricta protección. Deseamos y esperamos que la obsesión por urbanizar e industrializar todo el territorio, sin excluir espacios con gran valor paisajístico y simbólico, quede anulada mediante una declaración de impacto ambiental negativa. De lo contrario, las acciones promovidas por federaciones y clubes de montaña, contando con el apoyo de asociaciones locales y ecologistas, tendrán que erigirse en clamor popular. SI es preciso, la consigna coreada hace cuatro décadas en defensa del valle de Belagua, y la que veinte años atrás logró paralizar las canteras de Atxarte, se transformarán en: "Zain dezagun Ganekogorta", "Jesuri bizirik". Por lo pronto, en la consulta realizada en Orozko sobre la proyectada central eólica de Jesuri, el 84,9 % de las personas que participaron se opusieron a su construcción.
Aceptar la energía solar y eólica como alternativa a la proveniente del carbón, fisión nuclear y combustibles fósiles, no implica acatar su emplazamiento indiscriminado. La instalación de centrales en zonas de montaña no puede tener como límite el espacio disponible, pues constituyen un patrimonio natural que, caso de ser destruido, no se puede recuperar, reciclar ni renovar. Por tanto, convendría dirigir ya la vista hacia la inmensidad del océano. No está de más recordar que las aguas cubren tres cuartas partes del planeta, y que existe la tecnología adecuada para instalar centrales eólicas en el mar, alejadas de la costa. Los montes que han sobrevivido a la acción destructiva de las excavadoras, las torres metálicas y los tendidos eléctricos, merecen una moratoria para continuar siendo lo que siempre fueron: nuestro paisaje cotidiano, el pulmón verde de las áreas fabriles y urbanas, un espacio insonorizado donde disfrutar del silencio, un balcón con vistas, sin más límites que el horizonte. Las montañas que destacan por su reconocida singularidad y valores ancestrales, deben ser respetadas como una herencia milenaria que pertenece a las generaciones futuras.