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Pyrenaica 239 (2010)

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del Tachamontes
Pyrenaica revista

Pyrenaica 239

Especial Paisajes de Euskal Herria

2010

Editorial

Hernani, Ricardo

EL avión atraviesa la barrera de nubes y bajo una suave llovizna aparece una sucesión de montañas verdes plegándose por doqu1er hacia el Cantábrico. Caseríos dispersos, valles y puertos pesqueros encajonados, y alguna que otra mole rocosa... sobre una tierra arrugada, que sorprende a los ojos del extraño que nos visita por vez primera quizás imaginando tonos amarillos. Es el regreso a casa para los demás.

Si como recoge la cita, "la infancia es la verdadera patria del hombre", el paisaje es sin duda parte inherente y primordial de ella. El marco en el que se desarrolla la misma. Años después de haber abandonado su tierra por el devenir de la propia vida o por haberse visto obligados a ello, resulta conmovedor escuchar de labios de quien lo hizo la evocación de los paisajes de su niñez, su detallada descripción del propio olor de la tierra o el mar.

Verde y azul. Resulta obvio que vivimos en una tierra privilegiada, prolífica, fecunda. Sobre una superficie modesta, el agua se conforma como la fuente generadora de dicha vida, de los paisajes, de los colores. Con el paso del tiempo todavía estamos aprendiendo a cuidarla, a mimarla a fin de que siga saltando montaña abajo, esculpiendo con infinita paciencia el interior de toces Y cavernas, reverdeciendo cada primavera los valles, infiltrando el karst, alimentando nuestra fauna en los humedales, regando la masa forestal que cubre buena parte del territorio, desembocando por los estuarios en el mar. Son estas otras aguas, las salinas, las que d1bu¡an la costa, acarician el flysch o asedian desde tiempo inmemorial las islas. Las mismas aguas que al atardecer atraen a miles de personas a su vera, a escudriñar el horizonte desde acantilados y playas o junto a faros y diques.

También nuestra climatología resulta variada. La primavera y el otoño con su amplio abanico de tonalidades asociados a la alegría y el recogimiento, el verano que nos proporciona las jornadas más generosas, Y por último el invierno. De nuevo, el agua, esta vez en forma de nieve, cubriendo los rasos de altura y las sierras, dificultando el acceso a los macizos graníticos.

Vivimos en un país mágico. ¿De qué otra manera puede explicarse Si no la existencia de un desierto en tan fértil marco, la pervivencia en tan pequeña geografía de tres lenguas bautizando e Impregnando los vericuetos del paisaje?

Y sobre una tierra de dichas características, no podía faltar un pueblo enamorado de ella. Y en este, una comunidad montañera recorriéndola sin descanso; de las más diversas formas que nos permite el paisaje: caminando, trepando, esquiando, escalando...

Cada uno de nosotros, de los montañeros que formamos dicha comunidad, articulada a través de la federación mantenemos desde el inicio de nuestra afición, a menudo en la niñez, una intensa relación de amor con nuestro paisaje. Seguramente por este motivo, no ha resultado difícil encontrar autores, que nos lo describieran con pasión; y ello a pesar de que nos hab1amos propuesto lograrlo mayoritariamente con firmas nuevas, el 80% de las que publican en este número. Así, y tan solo a modo de ejemplo, está Jaime, enamorado del Baztán; David, internándose allí donde para los demás sólo queda oscundad, la relación personal de Eduardo con las foces, la de Josean con las lagunas, la de los hermanos Azkue con el flysch, la de Anton con la isla de Izara, lmanol y José Luis siempre con la cámara al hombro...

Pero hay muchos más, todos aquellos que estáis leyendo estas líneas y a los que os invitamos a enviarnos vuestras colaboraciones. Ellas hacen Pyrenaica.

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